Grabado en una ráfaga de 16 días, el sorpresivo nuevo álbum de la británica no es solo un regreso; es una crónica visceral, caótica y dolorosamente honesta sobre el fin de su matrimonio con David Harbour.
Por Staff
Nosotros extrañábamos a Lily Allen, pero seamos honestos: ella no nos extrañaba a nosotros. La arquitecta de The Fear parecía haber encontrado su lugar lejos del pop, reinventándose como actriz de teatro en el West End y podcaster ocasional, casada con el “Sheriff Hopper” de Stranger Things, David Harbour. Pero la calma era engañosa. Tras un retiro por salud mental en enero citando una “espiral de tristeza”, el guion cambió drásticamente: en febrero llegó el divorcio y, una semana después, el anuncio de un disco que nadie vio venir.
‘West End Girl’ es el sonido de una herida abierta. Registrado en apenas 16 días de diciembre de 2024, es uno de los álbumes de ruptura más inmediatos y viscerales de la memoria reciente. Aquí no hay filtros de PR; Allen vuelca sus ansiedades con esa mezcla marca de la casa de voz dulce y lengua de lija.
Cronología de un Colapso
Siguiendo la estela del Vulnicura de Björk, Allen estructura el álbum como una línea de tiempo forense. Es un disco que exige ser escuchado en orden, prohibido el modo aleatorio. Arranca con las red flags en la bossa nova que da título al disco y desciende rápidamente hacia la paranoia en Tennis.
Pero el golpe de gracia llega con ‘Madeline’, un corte con tintes flamencos donde Allen, al más puro estilo Lemonade de Beyoncé, pone nombre y apellido a la tercera en discordia. Es una narrativa devastadora que empuja el disco hacia una espiral de breakbeat y oscuridad en ‘Relapse’, coqueteando con viejos fantasmas de adicciones.
La ira se cristaliza en ‘4chan Stan’, donde unos teclados a lo Daft Punk acompañan la confesión más brutal del LP: Allen describe su relación como un “matrimonio de conveniencia”, un eco de aquel situationship del que habló Ariana Grande, pero con más veneno.
Tinder a los 40 y la Búsqueda de Redención
No todo es tragedia; el humor ácido de Lily sigue intacto. En ‘Dallas Major’, una pieza de hip-pop nostálgico, la cantante narra sus peripecias en Tinder rozando los 40, madre de dos adolescentes, saliendo con tipos que no tienen idea de su pasado de superestrella. “Yo era famosa, pero de eso hace mucho tiempo”, canta con una autoironía deliciosa.
Musicalmente, el disco es un collage frenético —doo-wop, acústico, electrónica— que refleja el caos mental de su autora. Si bien esta ambición narrativa hace que algunas melodías se pierdan en la mezcla o resulten menos memorables que sus clásicos, la honestidad sostiene la estructura.
El cierre con ‘Fruityloops’ es el verdadero triunfo. Con un guiño a su clásico It’s Not Me, It’s You, Allen deja de llorar y recupera el control. West End Girl puede tener altibajos melódicos, pero nos devuelve a la Lily Allen que nos enamoró hace dos décadas: imperfecta, bocazas y absolutamente real.
